«Mi memoria es oceánica. Todo lo abarca, todo lo envuelve. Me recuerdo inventándome: primero un pliegue, un surco, un nudo. No en balde soy el horizonte por el que el cerebro percibe al mundo.»
Pensamos que el verbo es territorio exclusivo de la voz, pero los sentidos reclaman también su sitio en el lenguaje. La piel, por ejemplo, siempre receptiva y presente, suele narrar sus historias en forma de cicatriz, estremecimiento, comezón o goce. Es capaz de percibir con la misma intensidad la llamarada de una quemadura o el soplo de un beso, y en este libro decide no quedarse callada.
Ana Clavel la acompaña en un «nosotras» íntimo y revelador, en un itinerario que devela los hilos de vida que se entraman detrás de la ficción. La escritora se diferencia de su piel solo a ratos, para hacer un comentario o traer a escena algunas obsesiones: los libros, los cuerpos enamorados, la escritura, la relación con el Padre (así, con mayúsculas de arquetipo), la transgresión y el deseo.
Esta autobiografía sensorial y lúcida ofrece un horizonte donde el placer reivindica su lugar fundacional, e indaga las posibilidades narrativas y poéticas de la piel como un personaje por derecho propio.
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