Elsie Kilner tenía una batalla que librar, y debía hacerlo a su manera. Era el tipo de batalla que se libra todos los días y a todas horas; pero el campo de batalla es siempre un lugar silencioso, y no hay ni un arma rota ni una mancha de color carmesí que nos diga dónde ha estado la lucha.
La batalla de Elsie se libró en una habitación trasera de la calle de Todos los Santos una tarde de marzo. No era una habitación lúgubre; aunque la ventana daba a paredes, tejados y chimeneas, ella tenía una buena vista del cielo. Unas palomas ocupaban una casita frente a una de las ventanas vecinas, y había un tejado cubierto de tejas rojas sobre el que les gustaba pavonearse y pavonearse con sus plumas a la luz del sol.
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